jueves, 3 de junio de 2010

La contracultura y Doña Juanita en la mansión del horror

Juan Pablo García Vallejo

*Se persigue a los pobres por su peligrosidad social y política
**Crea una contracultura que elimina toda esperanza de regeneración
***El fracaso es por adoptar modelos extranjeros ajenos a nuestras tradiciones


Ciudad de México a 3 de junio de 2010.-Un capítulo importante en la historia social de la marihuana en México fue la institucionalización del consumo ilegal de la marihuana en la contracultura carcelaria de los reos de la Cárcel de Belén durante la segunda mitad del siglo XIX hasta la caída del Porfirio Díaz, 1862-1910.
Es importante porque en este periodo se percibe una guerra cultural de las gentes de bien occidentalizadas, con buenas costumbres y prosperidad económica y las gentes sin nada, los pobres de siempre, con raíces indígenas (salvajes o primitivos) y malas costumbres, convirtiéndose en clases peligrosas para la sobrevivencia de cualquier gobierno.
El siglo XIX en México no todo eran pugnas entre liberales y conservadores, entre logias masónicas por el control político o la defensa de la soberanía nacional sino también entre culturas: la naciente cultura capitalista con su ética puritana de lealtad a la familia, abstención de la embriaguez y el apego al trabajo frente a las costumbres tradicionales mexicanas como la resistencia al trabajo, disipación moral y proclividad a la embriaguez.
La Cárcel de Belén o también llamada Cárcel Nacional comienza a funcionar en 1862, con departamento para hombres y otro para mujeres y uno para jóvenes llamado de Pericos, por el color verde de su uniforme. En este últimos e vivían de entrada todos los horrores que se producían y reproducían cotidianamente dentro de sus celdas, pasillos y bartolinas de castigo.
A pesar de todas las buenas intenciones de sus creadores emborrachados de la modernidad controladora capitalista nunca conseguirá remediar los delitos ni a los delincuentes pobres.
La Cárcel de Belén, “Se forjó al calor de las denuncias y el debate acerca de la importancia de ofrecer un regime, en carcelario que atendiera nuevas necesidades de control social de la elite política, es decir, que fuera capaz de garantizar las condiciones mínimas de seguridad y vigilancia de un sector de la población que con sus conductas y actitudes presentaba una amenaza constante al orden social en vías de establecimiento” dice el historiador Antonio Padilla Arroyo en su monumental obra sobre el pensamiento social y penitenciario del México decimonónico de la cual solo se publicaron 500 ejemplares.
Desde su inicio fue un centro de distribución de marihuana entre los presos, tolerada o fomentada por al corrupción de las autoridades administrativas y los presidentes que gobernaban a los reos, lo que posibilito la institucionalización de una contracultura carcelaria que impedía la readaptación social de los presos, ahí se vivían muchos problemas más crudamente que en el mundo libre, por lo que se le llamo la mansión del horror.
Este el lado oscuro de la marihuana, pero en esta época también existe un lado claro y que será el espacio para el consumo legal de marihuana como medicamento en lo que vamos a llamar la Edad de Oro de los Medicamentos Milagrosos.
La marihuana será expedida por centenares de farmacias y anunciada en todos los periódicos, durante todo la Republica restaurada y todo el Porfiriato y se terminara con su comercio legal con la prohibición de su venta por el Congreso Constituyente de 1917.
Este periodo histórico nos sirve para comprender dos formas de convivir con el consumo de drogas, de tolerancia social: su venta como medicamento y una forma más restringida para los grupos de marginados sociales como los espacios carcelarios.
La importación de modelos extranjeros higienistas y estigmatizantes produce constantemente un gran rechazo social al consumo de marihuana por ser origen de conductas antisociales y delictivas de los pobres de toda la ciudad de México.
Es el tiempo en que las buenas gentes y los políticos reformistas asocian la pobreza, el consumo de marihuana y la criminalidad, una relación estigmatizadora que sigue hasta ahora y que es alentada por las noticias sensacionalistas de la naciente nota roja de la caterva de periódicos capitalinos.
La lucha contra la pobreza capitalista creo varias instituciones de control social como cárceles para encausados y sentenciados por delitos mayores, hospicios para niños huérfanos y hospicio de pobres para jóvenes mendigos, hospitales para enfermos mentales, para madres solas (sin becas, como hoy).
La Cárcel de Belén nunca funciono como mecanismo de control social porque cada vez había más presos, llegando a construir un ambiente de podredumbre y anti-higiene donde reinaba la promiscuidad sexual, la corrupción de autoridades y custodios, el contrabando de alcohol y marihuana y una excesiva sobrepoblación. Esta última se incrementara considerablemente durante la dictadura del civilizador Porfirio Díaz.
La Cárcel de Belén y sus proyectos de regeneración social para los sectores pobres solo se quedaron en el papel porque en la realidad estaba en el abandono, eran solo ruinas de la modernidad.
“En las prisiones se practicaban “comercios perjudiciales a la salud de los reos”, como el tráfico de aguardiente y de marihuana, en el cual estaban involucrados autoridades y presos, así como el comercio sexual entre presos y presas, jóvenes y adultos, negocios sumamente redituables. Además se aprovechaba el poco trabajo de los reos para obtener ganancias considerables.”, nos dice el historiador Antonio Padilla Arroyo.
Todavía dentro de la cárcel se reproducía la estratificación social porque los presos ricos ni de lejos se querían juntar o mejor aún contaminar con los vicios de la canalla, los léperos eran los más activos y los mendigos tenían una actitud bastante pasiva y conformista sobre su destino.
La contra-cultura carcelaria surge en Belén porque las autoridades importan de Europa y EU ideas modernas sobre el origen de la pobreza y sus consecuencias sociales expresadas en actividades llamadas delictivas y anti-sociales, lo que convertían a los pobres en clases peligrosas para la estabilidad del orden político.
El ambiente de la cárcel, es un ambiente de aislamiento o castigo sino de contagio, de vicios y perversidades aprendidas y trasmitidas entre presos antiguos y nuevos.
“Esa situación engendraba el ambiente propicio para crear y reproducir la cultura carcelaria: el juego de azar, las armas prohibidas y las bebidas embriagantes, con su caudal de riñas, heridas y asesinatos., Belem se había transformado en un foco de corrupción y un ejemplo de los males que las autoridades buscaban eliminar”.
Esta contracultura carcelaria impedirá que los planes de regeneración tengan poco o nulo impacto entre los reos. Numerosos son las notas periodísticas, las crónicas, novelas que hablan de la vida de la Cárcel de Belén y que hay que rescatar de su inmerecido olvido, porque son registros testimoniales y documentales de cómo en el México del siglo XIX se intento acabar con la pobreza y teniendo solo fracaso tras fracaso en esa política penitenciaria.
Con el Porfiriato se construirá el Palacio de Lecumberri, augurado en 1900, pero a los tres escasos años de existencia: “En diciembre de 1904, el director del establecimiento, Miguel Macedo, notifico a la secretaría de Gobernación que había sorprendidos sido sorprendidos varios reos en posesión de marihuana y que los responsables de introducirla eran dos celadores y un peluquero.”

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